En el espejo mi sonrisa se vuelve
complaciente, mis ojos se acercan más, y más, mi pupila colorea la
ilusión que aún la hace brillar.
Mi vientre se asoma a la cintura, la
trasciende, la rebosa como si del mismo mar se tratara, y mis pechos
que deberían alzarse erguidos me recuerdan cada día a la
adolescente que dejé de ser hace 40 años, han vuelto con su pueril
encanto, con su timidez, a resbalarse sobre mi piel.
En este otoño me asomo a mis piernas
buscando el poder que tuvieron. Esas que me han hecho andar por la
vida, recorrer futuros impensables, levantarme de lugares que no
existen, las que me trasladan por la cotidianidad, me dan el
contacto on la tierra, me desplazan sobre mi universo.
Mis brazos apenas recuerdan la tersura
de mis músculos, y sin embargo reconocen cada cuerpo con los que se
fundieron, las cabezas que sujetaron, los corazones que amaron y se
siguen fundiendo en ellos en todos y en cada uno.
Solo mi collar de Venus me lleva,
remotamente, a la mujer que fui, y coqueto se sigue mostrando
dispuesto, queriendo ser deseado, besado, amado.
Frente a mí trato de explorarme, como
una tierra virgen y fértil, para no tener que recordarme y me
encuentro en cada poro, cada nueva mancha que me aporta la edad.
Estoy en otoño. quiero encontrar el
sereno equilibrio que mi mente puede darme. Solo se trata de eso. Soy
mujer, quiero contemplar mi cuerpo y ver que el tiempo se deposita en
mí con sabiduría y nostalgia.